sábado, 28 de septiembre de 2013

LIDERAZGO JESUITA. Por el Padre Javier Aizpún SJ. Soberana Compañía de LOYOLA


Al igual que San Ignacio de LOYOLA, que Don Martín de LOYOLA, que el Capitán General Martín García Oñez de LOYOLA Gobernador del Reino de Chile, y que el Hermano Franciscano Don Martín Ignacio de LOYOLA Obispo del Río de la Plata; el Ilmo Señor General de la Soberana Compañía de LOYOLA Don Carlos Gustavo Lavado Ruíz y Roqué Lascano, desciende por parte de madre de Don Lope García de Lazcano y Doña Sancha Yañez de LOYOLA. Por parte de padre de Don Hernán Cortés, conquistador del Imperio de Mexica creando la denominada Nueva España, de la Marquesa de Cárdenas y Montehermoso Doña Josefa de Cárdenas y Bonilla, y del Teniente Coronel Don José María Rojas Argerich Héroe de las dos invasiones inglesas. Miembro fundador del Instituto Cultural Argentino Peruano



LIDERAZGO JESUITA


Quiero comenzar aclarando el término liderazgo. Al menos como lo voy a usar yo. Las páginas que les han comunicado de un libro de Chris Lowney lo usa en un sentido que, a mi modo de ver, es demasiado amplio. Dice que todos tenemos capacidad de liderazgo y estamos llamados a ejercerlos Y como ejemplos de muchas personas ejercen ese liderazgo da, por ejemplo los que enseñaron a leer y escribir a esos que consideramos grandes líderes; un amigo que anima a otro a arrostrar un problema personal, quienes formaron, enseñaron o formaron..
Tiene esto mucho de verdad, pero a mi juicio le falta algo de precisión. El filósofo marxista alemán Ernst Bloch, en una conferencia que titulaba los carismas de un pueblo en marcha, es decir en busca de su destino histórico, enumera cuatro carismas fundamentales. El del profeta que ve lo que el grupo todavía no es y lo llama insistentemente. El carisma del cantor, que no se detiene tanto en lo que un pueblo todavía no alcanza y prefiere resaltar lo que ya alcanzó para celebrarlo. El carisma del sanador. En el camino de un pueblo o de un grupo comprometido con una empresa, hay siempre gente que sufre. 

Hace falta personas que, aunque aparentemente no tienen un rol fundamental, sin embargo saben acercarse a la persona herida y desanimada y alentarla a seguir adelante. Y por fin el carisma del líder. Esa persona es capaz de articular los objetivos, de generar entusiasmo, pasión, sabe armonizar y coordinar los otros carismas. En esta visión, pues, no todos están llamados a ser líderes Pero. sí estamos todos llamados a influir para bien en la vida del grupo. A eso yo lo llamo tener, ejercer poder. 

Todos estamos llamados a ejercer poder. Digo todo esto, en primer lugar, para situar lo que voy a compartir con Ustedes. Pero también para prevenirnos de un riesgo, el de querer y buscar ser líderes sin estar llamados a ello, ni tener ese carisma. 

Creo sinceramente que ese es un peligro que nos acechas a los jesuitas. Por haber tenido una formación muy valiosa podemos tender a creernos que tenemos que ser líderes. Y eso lleva muchas veces a ambición, a manipulación, a competitividad. Y sobre todo a individualismo. 

No me conformo con ser uno más en la obra de un grupo, tengo que crear MI obra en la que yo, y yo solo tengo poder. Lo cual lleva el riesgo de aislarse del resto del grupo, de rechazo de intervención de quien tiene autoridad en el grupo. Y no somos solo los jesuitas los que tenemos ese peligro. Lo tiene todo grupo. Para que un grupo funcione bien hace falta que muchos de nosotros adoptemos y pongamos todo nuestro compromiso, nuestro entusiasmo en colaborar en tares de apoyo. 

Yo doy el ejemplo de una orquesta. Ciertamente, para que una orquesta interprete bien una pieza tiene que tener un director, y un solo director. Además en la orquesta unos instrumentos tienen más presencia que otros, pero todos son necesarios. Entre los violines, por ejemplo. Hay primeros violines y segundos violines que están para complementar, para dar más realce, más plenitud no solo a los primeros violines, sino a la labor de toda la orquesta. En una organización, en una empresa hacen falta segundos violines.

La palabra poder muchas veces nos suena mal. La asociamos con abuso despótico, con la manipulación política, con ambición destructiva... Hoy día se ha dado un desprestigio de quienes ejercen el poder. No son para nosotros modelos ni inspiradores ni válidos de humanidad. Y sin embrago hay otra manera de ver las cosas. 

Para empezar el que es el modelo supremo de humanidad, Jesús de Nazaret, ejerció poder. Una de las varias palabras con que los Evangelios se refiera a los milagros es precisamente poder, fuerza. Cuando la hemorroisa tocó el manto de Jesús y fue sanada, Jesús sintió que poder había emanado de él. 

De él se decía que enseñaba con autoridad, con poder; y la multitud se maravillaba y preguntaba “quien es este que tiene poder sobre las aguas, sobre la enfermedad, sobre los demonios”. Y es que el poder es una realidad humana que, como toda realidad humana, es ambigua, se puede ejercitar para dominar, manipular, destruir; y se puede usar para construir, para sanar, para amar. 

La cuestión nos es si debemos o no tener poder, sino CÓMO y PARA QUÉ tenemos que usar ese poder. Algunos ejemplos de cómo ejercer poder. Está el poder sobre otras personas. Ya hemos visto que muchas veces se usa mal. Pero ha habido y hay quienes lo han ejercido para el bien de un grupo, de un pueblo... En la Iglesia, ya para hablar de líderes que hemos conocido, Juan XXIII, Juan Pablo II, El Cardenal Helder Camera de Brasil, Oscar Romero... 

Y en el terreno secular, para mencionar algunos nombres de la Historia Argentina, San Martín, por ejemplo. Puso todo su poder, su carisma de liderazgo al servicio de la libertad de su pueblo. Y no se aferró al poder. Supo retirarse y vivir tranquilo en el anonimato. Otros como, por ejemplo, Irigoyen o Perón, son casos más ambiguos. Pero es indudable que fueron notables líderes y que ejercieron el poder en muchos casos, para el bien del pueblo; aunque no faltaran también momentos o de demasiada ambición o de escasa lucidez. Pero, como he dicho, no es este el tipo de poder que la mayoría de nosotros está llamado a ejercer.

Pero todos estamos llamados a usar poder para saber y lograr ubicarnos en la vida adulta con competencia. Con la capacitad para tomar iniciativas, asumir responsabilidades, contribuir a la marcha de un grupo. No puedo pasar por la vida como un espectador pasivo, y menos como un nuño ingenuo, como un adolescente irresponsable. o como una víctima impotente en cualquier situación.. Habrá también momentos en que tenemos que ejercer poder para reaccionar a una agresión injusta, enfrentar oposición. Poder para competir sanamente para alcanzar metas. Y, en ese caso, poder para saber aceptar un segundo para aceptar una derrota o, simplemente, algo menos del primer puesto.

Puedo también ejercer poder para ayudar, para colaborar con otros en una tarea, para proteger y cuidar y sacar adelante una familia, para dar una mano a los necesitados de ayuda.

Y poder también para trabajar con otros sin individualismos ni protagonismos inmaduros y narcisistas .

Y finalmente, ya que vivimos en la realidad humana, limitada y frágil, necesitamos también fuerza, poder para aceptar austros límites, nuestra fragilidad. Si tengo poder para ayudar a otros tengo que tener también fuerza y poder para dejarme ayudar por otros.

San Ignacio en las Constituciones, hablando de los Superiores dice: “Mucho ayudará, entre otras cualidades el crédito y autoridad para con los súbditos, y tener y mostrar amor y cuidado de ellos; en manera que los súbditos tengan tal concepto que su Superior sabe y quiere y puede bien regirlos en el Señor nuestro.” Es decir, que tenga credibilidad. Esa credibilidad nace primero de su coherencia. Cuando manda él es el primero en vivir la disponibilidad a obedecer, a renunciar a sus propias ideas cuando sea necesario. Que no sea, de ninguna manera, persona que exige un modo de vida en los demás que él mismo no se preocupa de adoptar. Y además de la coherencia, la credibilidad nace de la competencia, de la capacidad para el cargo. 

Si quiero dar ejercicios no basta con haberlos hechos, menos penar que por ser jesuita ya puedo dar ejercicios. Tengo que aprender a darlos, tengo que estudiarlos. Si uno enseña en una escuela, para tener influencia necesita ser un enseñante competente. Y lo mismo pasa en cualquier trabajo. Y San Ignacio dice también “quiere”, es decir se compromete, asume responsabilidad por su propio trabajo y, en la parte que le corresponde, por la marche del grupo. Saber, poder querer, competencia y compromiso.

Y para eso hace falta estar bien formado. En el documento fundante de la Compañía que aprobó la Iglesia, Ignacio dice que ya que la tarea, la misión de un jesuita pueden ser de mucha responsabilidad, le hace falta una largo período de “!probación y formación. Cualquiera de nosotros, para poder influir en una sostenidamente en su lugar, en su trabajo, necesita formarse. En primer lugar espiritualmente. Porque si queremos ejercer ese poder de manera ignaciana tenemos que formarnos en la espiritualidad ignaciana- Y formación no solo espiritual, sino también, como es evidente, profesional. Y en el mundo de hoy esa formación no es una vez para siempre. Hay que seguir siempre renovándose, poniéndose al día. Lo que llamamos formación permanente.

En el mismo párrafo de las Constituciones en que San Ignacio resalta esa competencia y capacidad de compromiso, dice también lo siguiente: “Ayudará también que el mandar sea ordenado (explico yo, no guiado por las veleidades o caprichos, o preferencias personales, sino buscando el bien de las personas y de la obra) procurando en tal manera mantener la obediencia en los súbditos, que de su parte use el Superior todo amor y modestia y caridad en el Señor nuestro posible; De manera que los sujetos se pueden disponer a tener siempre mayor amor que temor a sus Superiores”. ¿Qué entiendo yo por amor de parte del Superior? 

No creo que signifique simplemente dar muestras de cariño (que no hacen mal tampoco) Pero hay algo más importante en el amor, religioso o no Se tiene que mostrar primero de todo, en el respeto a la persona, darle su espacio personal, valorarla como se merece. En tratar a los que están sujetos a su autoridad como lo que son, personas adultas. Y por lo tanto escuchar de verdad a sus opiniones, sus propuestas, sus dificultades; comprender sus dificultades y también fragilidades. No el superior autoritario, sino el superior, o si quieren el líder dialogante. Para mí eso algo esencial del liderazgo ignaciano.

Para Ignacio el Superior, el que dirige, además de credibilidad y capacidad de dialogo, tiene que tener una sólida vida interior. Dice por ejemplo del General, pero se aplica en su medida a todo Superior, “Cuanto a las partes (cualidades) que en el Superior General se deben, la primera es que sea muy unido con Dios nuestro Señor y a Él unido en la oración...” Y a todos los jesuitas les dice: “Para conseguir el fin que pretende la Compañía, que es ayudar a las ánimas (personas) para que consigan el fin último sobrenatural, los medios que unen con Dios son los más importantes... como son la bondad y la virtud, y especialmente la caridad y pura intención (motivación) del divino servicio, y la familiaridad con Dios nuestro Señor en ejercicios espirituales de devoción (oración). 

El liderazgo ignaciano nace y vive de una profunda experiencia espiritual. No busca meras técnicas, ni mide la realidad por criterios puramente de éxito, eficacia, popularidad... sino por una visión de la vida y de persona humana que, como dice Ignacio en los Ejercicios, “desciende de arriba”; es decir la vida y la persona humana tienen un valor que es infinitamente superior a todos los criterios y valorizaciones humanas. El liderazgo ignaciano tiene horizontes que van más allá de nosotros mismos. 

No es liderazgo ignaciano el formar personas que buscan por encima de todo la autorrealización, su proyecto, sus propios fines u objetivos. Porque para Ignacio la persona humana se realiza cuando aprende a salir de sí misma.

Dicho esto Ignacio añade: “Sobre esta base, los medios naturales (humanos) ayudarán con tal de que se ejerciten por el servicio divino, no para confiar en ellos (para centrar nuestra vida y acción) sino para cooperar a la divina gracia. Porque Dios nuestro Señor quiere ser glorificado con lo que Él da como Creador, que lo natural (las realidades humanas) y lo que Él da como Autor de la gracia...” 

También es característico del liderazgo ignaciano valorar y potenciar lo humano. Reconocer y saber servirse, para la misión, de los talentos, cualidades de cada persona. Cuanto más rica humanamente más útil es la persona com instrumento de la gracia. Con tal, naturalmente que no se centre en sí misma, su realización su gloria y reconocimiento etc. Por eso en la Compañía ha habido científicos, astrónomos, artistas, músicos, poetas y han estado presentes en muchos otros campos del esfuerzo humano. 

El jesuita es, sí un hombre espiritual; pero no con una espiritualidad que se distancia del mundo y de los hombres. El liderazgo ignaciano busca formar hombres y mueres de ese temple.

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