lunes, 19 de agosto de 2013

Aprender de los compañeros. Roberto Jaramillo sj. Priorato General de la República Federal del Brasil, de la Orden de Caballería de las Américas.





Roberto Jaramillo sj

"Bonfim es una ciudad pequeña en la frontera entre Brasil y Guyana Inglesa, en el estado de Roraima, Brasil. Allí estamos los jesuitas, aprendiendo a trabajar con los pobres desde hace cinco años. En el municipio (15.000 habitantes) la mitad de la población es indígena, mayoritariamente Wapixana, y en menor cantidad Macuxi; y, de la otra mitad, la mitad también es indígena, sólo que no se reconoce como tal: no le interesa, no le conviene, no lo quiere. El cuarto de la población que resta está compuesto de inmigrantes de varios estados brasileros, instalados aquí desde que Roraima era "territorio": gente pobre que vino a buscar "suerte" en el norte del país.


Vivimos en un municipio que padece todas las endemias propias del estado brasilero: corrupción, nepotismo, coronelismo, clientelismo, oportunismo, ineficiencia (a pesar de tener los recursos) en todos los niveles: en la educación, en la salud, en la administración, en el control público, desempleo, etc. Es como si el nombre dado al municipio: "Bonfim", fuese nada más que una estrategia de distracción para negar la realidad y poder sobrevivir en tierras áridas y, sobre todo, empobrecidas.

Llegué aquí en enero de 2011 después de dejar mi servicio como Superior Regional de la Amazonía. Encontré un compañero jesuita que ya había trabajado en Timor Leste (P. Horié) y un mes después llegó otro que tenía muchos años de experiencia como misionero en Cuba y en Mozambique (P. Urbano). El que más tenía que aprender era yo: y fui agraciado no solo con la acogida de las comunidades indígenas y mestizas que me han hecho feliz y realizado mi sacerdocio durante este año y medio, sino -y yo diría que especialmente- con el regalo de estos dos compañeros jesuitas que me han dado un testimonio maravilloso de generosidad, de coraje y compromiso con su vocación.

Después de un año de convivencia y de servicio común en la región decidimos dividir nuestra pequeña comunidad y, al llegar otro compañero jesuita del Paraguay, dos fueron a vivir en una de las 22 malocas (comunidades) indígenas que componen la Región Sierra da la Luna (a cargo de las Hijas de la Caridad y de los jesuitas); entre tanto los otros dos nos quedamos sirviendo las Iglesias de la cabecera municipal y otras tres villas (además de ayudar en la pastoral universitaria de la capital del estado y en otros ministerios). Horié y Urbano están en "Moscou" (el nombre de la maloca indígena donde viven) desde el mes de marzo: viviendo entre los indígenas en una casa tan simple como ustedes puedan imaginarse, comiendo como ellos: poco y mal, hasta ahora sin energía eléctrica, comenzando a establecer relaciones horizontales con los miembros de la comunidad, participando de sus asambleas y trabajos comunitarios, viajando (cuando el invierno lo permite) la mayor parte de las veces en "bus de línea" o en carros colectivos. Lo único que los distingue del resto de los indígenas de la comunidad es el carro (una camioneta) de la que disponen para poder visitar las otras 21 comunidades.

Hace unas dos semanas fuimos los dos a visitarlos junto con el obispo de la diócesis, Don Roque Paloschi, y con doña Katia, miembro de la comunidad en Bonfim y nuestra cocinera en casa. Les llevamos de regalo una vieja nevera que por ahora solo sirve para guardar cosas (como alacenas) hasta que les conecten la luz, algunos dulces, pan, enlatados, café, y vasijas para la cocina. Estaban felices: como quien encuentra la perla que esperaba y ya no la quiere dejar perder: santa pobreza, "muro de la religión" como decía San Ignacio, tan lejana y tan racionalizada en todos nuestros servicios apostólicos.

A estos dos compañeros, que tal vez no se enteren jamás de que los mencioné en este relato, quiero rendir no un homenaje (porque no lo necesitan), sino mi gratitud sincera. Que Dios me dé su misma generosidad y nos dé más compañeros como ellos.

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